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sábado, 17 de julio de 2021

Reseña de los cuentos "El hombre muerto" y "Las moscas" de Horacio Quiroga

Por Rafael Aragón

Los temas: las obsesiones del escritor; las únicas tres o cuatro ideas sobre las cuáles se siente capacitado a escribir. ¿En qué momento se adhieren a su conciencia creadora? Y más interesante aún ¿cómo logra el artista compartirnos sus inquietudes? Responder la segunda pregunta, ya conociendo los trabajos que Poe, Hemingway, el mismo Quiroga, etc. realizaron, estudiando los géneros que cultivaron, resulta demasiado fácil: el cuento es un asunto de técnica, y son variadas, tantas como las hay escritores. Puede leerse el decálogo que Horacio Quiroga dejó por legado, o el texto Ante el tribunal [1] para darse una idea de los niveles altísimos de autoexigencia y disciplina que dichos autores se imponían. Solo así se puede replicar el mismo cuento. Dando a cada escrito su propia forma.


Fotografía: Rafael Aragón

Dicho eso, antes de empezar con los textos, creo interesante (quizá innecesario) mencionar lo siguiente: “(A Horacio Quiroga) Lo envuelve una larga serie de acontecimientos desgraciados que parece que se deben a un destino trágico. La muerte trágica parece rondarlo a lo largo de su vida. Su padre … murió al disparársele una escopeta de caza. Años después, su padrastro, herido por una penosa enfermedad incurable, se suicida. Posteriormente, siendo ya escritor en formación, al disparársele fortuitamente una pistola, mata a quién era entonces uno de sus amigos de mayor intimidad… En plena juventud, murieron dos de sus hermanos. Después, estando ya en las selváticas soledades de Misiones, se suicida su primera esposa. Y su propio suicidio pone fin trágico a su vida; pero no la fatalidad que parece perseguirlo más allá de la muerte, y dos años después, empuja al suicidio a su hija Eglé”[2].

Quizá eso explica su obsesión con la muerte.

Pero, a pesar de él mismo considerar a Las moscas una réplica de El hombre muerto, nos atrevemos a decir que presentan diferencias enormes; son técnicas diferentes, aunque el protagonista en ambos casos sea un hombre accidentado, a punto de morir.

Dicho lo anterior, pasemos a las reseñas.

En El hombre muerto, pasa lo siguiente: Un hombre limpia los bananales, armado con su machete. Ya limpió cinco calles; le faltan dos, mas empieza a sentirse satisfecho. Se dirige a la gramilla para poder tumbarse y ahí descansar; cruza el alambre de púas, y al cruzar, tropieza con un trozo de madera y cae encima de su machete. Así comienza un cuento magistral. Una escena cinematográfica intercalada con brutales intervenciones del narrador.

“El hombre intentó mover la cabeza, en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete. Húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió, fría, matemática, e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia”[3]. Se observa una objetividad fría, matemática, en cuanto al narrador se refiere. ¿Es un narrador omnisciente? Considerando que sabe lo que el hombre siente en determinados momentos, pudiéramos inclinarnos por el sí, pero más adelante nos daremos cuenta, que en realidad es un narrador equisciente: solo conoce el mundo interno del protagonista, limitándose a trascribir qué sucede alrededor del mismo: Cosa que es significativa. El moribundo está aislado. Muere solo. Está tendido en su lecho, pudiera decirse: lecho no planificado. ¿Quién realmente sabe en qué camastro morirá? El tiempo no se detiene, se condensa: la muerte corta la cizaña de lo imaginario, dejando solamente el trigo de lo Real; Real que se coagula, aún. “¿Aún?… No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: Se está muriendo.[4]

Entre sentir y pensar avanza el tiempo, pero adentro, se detiene. Un pensamiento puede ser de tiempo imaginario, ¿acaso no se piensan las mismas cosas detenido tiempo? O en un breve periodo de tiempo ¿no se piensa una infinidad de cosas, que no alcanzarían a caber en nuestro lapso, físico de vida? “¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira ¿No es acaso ese bananal su bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el banal … las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca … pero ahora no se mueven… es la calma de mediodía; pronto deben ser las doce”.[5]

Tirado en el suelo, desangrándose, empieza a negar su propia condición. Comienza a racionalizar lo incomprensible, empieza a masticar el bolo de su propia muerte, que no digiere todavía. “¡Muerto! ¿Pero es posible? ¿No es este uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano?[6] ...Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver con el potrero, que formó el mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obra de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente… Hace dos minutos: se muere[7]. Y no lo puede creer, igual que nadie lo creería. Morir por sus propias manos, sin haberlo planeado o siquiera considerado. “Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre”[8] El cuento es casi un ensayo de tanatología, sobre como entendemos la muerte, o mejor dicho, cómo nunca se logra comprender.

Su caballo, parado junto a él, lo mira. A lo lejos, oye la voz de su hijo, se aproxima. Está “muy cansado, mucho, pero nada más”[9]. Y el cuento se transforma. De lo real a lo fantástico, y “puede, aún alejarse con la mente si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo” “y más lejos aún, ver el potrero” “puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla, descansando porque está muy cansado”[10].

Al final, el narrador, que se mantuvo objetivo, solo sabiendo qué sabe el protagonista, comete un pequeño traslapo y nos hace saber lo que el caballo siente:

            Ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal, como desearía. Ante las voces que ya están próximas —Piapiá— (la voz de su hijo), vuelve un largo rato las orejas inmóviles al bulto; y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre dormido —que ya ha descansado[11].

¿Cómo puede un narrador tan técnico y refinado cometer un error de ese tipo? ¿De qué manera el narrador sabe lo que el caballo desearía, si no supo, por ejemplo, lo que un transeúnte (uno que iba pasando, al que no se le da gran importancia) pensaba, o el hijo? Opino que la tesis de Quiroga era: el hombre al morir queda vivo en el animal. ¿En qué me apoyo? En Réplica del hombre muerto, Las moscas.

Las moscas (según la nota al pie del libro ya citado muchas veces)[12] es de 1923, recogido en Más allá —1935—. O sea, fue escrito tres años después que El hombre muerto (1920). Siendo (en mi opinión) Las moscas un cuento más efectivo y mucho más preciso que el original, lo cual se entiende, considerando que en tres años un escritor dedicado, como lo fue Quiroga, puede evolucionar bastante si se lo propone.

El escenario que nos pinta es desolador. Un terreno (se entiende antes pajizo, afectado por la sequía) ora carbonizado. Y un hombre (el narrador) con la columna partida a la mitad, tumbado al tronco tirado de un árbol. Sabe que va a morir a medida que pierde control de sus extremidades. “Clarísima y capital, adquiero desde este instante mismo la certidumbre de que, a ras de suelo, mi vida está aguardando la instantaneidad de unos segundos para extinguirse de una vez”[13].

Al igual que en El hombre muerto, el protagonista adquiere una certeza matemática, gélida, y sabe que va a morir. Una gran diferencia es precisamente esa, Quiroga supo eliminar la tercera persona en un cuento que se potencia con la primera persona. A lo mejor tuvo la siguiente duda: Qué pasaría si escribiera El hombre muerto en primera persona. Tal vez mi tesis no se entendió bien, por la tercera persona. Y escribió Las moscas.

El narrador siente un zumbido radiar de su herida por todo su cuerpo. Y el zumbido se entremezcla con el de unas moscas que vuelan cerca de él.

El cuento es puramente realista. Hasta la escena en el cuarto de hotel (una alucinación, en la que un hombre le ofrece moscas verdes de rastreo —moscas panteoneras—, para saber si sí o si no se está muriendo) es entendible; pensamos que los moribundos pueden soñar despiertos: a lo mejor por eso soñamos despiertos. Es puramente realista hasta que deja de serlo, e igual que en El hombre muerto, para el final, la conciencia del hombre va y se aleja; flota y lo puede ver todo.

Del seno de esta expansión, que el sol dilata desmenuzando mi conciencia en un billón de partículas, puedo alzarme y volar, volar… Y vuelo y me poso con mis compañeras sobre el tronco caído, a los rayos del sol que prestan su fuego a nuestra obra de renovación vital”.[14]

Podemos apreciar el contraste entre ambos cuentos. El mensaje implícito en el primero pasa a ser explícito en el segundo. En Las moscas el narrador se omite para reducir los niveles de “alejamiento” entre lector y el efecto. Sencillamente en El hombre muerto, la escena del caballo mirando a su difunto dueño, y marchándose con las orejas caídas resultaba muy banal, demasiado terrenal; incluso con la ligera muda narrativa (que el narrador conoce los sentimientos del caballo —o sea del protagonista—), una lectura superficial nos haría pensar que es un final simple, sin mucho mensaje más que la muerte de un hombre. (A Quiroga) le fue necesario reescribir el cuento por completo, quitar lo superfluo y quedarse solamente con lo sustancial: sépase, la visión de un hombre, golpeado por esta vida, aun así, dispuesto a vivirla otra vez. Más profundo aún: la llana aceptación de su destino.

¿Qué otra cosa le queda a alguien a punto de morir, cuando llegan las moscas de jade porque han olisqueado su descomposición, que tenderse a morir y volar, volar?



[1] Ambos recogidos en el núm. 97 de la colección sepan cuantos, Porrúa. (—Cuentos. Horacio Quiroga. Anotado por Raimundo Lazo. Decimosexta edición. —)

[2]. Ibid. Pág. X

[3] Loc Cit. Pág. 81. (El hombre muerto).

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] Loc. Cit. Pág. 82.

[7] Ibidem.

[8] Ibidem.

[9] Loc. Cit. Pág. 83.

[10] Ibidem.

[11]Ibidem.  Párrafo final.

[12] Loc. Cit. Pág. 131.

[13] Ibidem.

[14] Loc. Cit. Pág. 132.


sábado, 10 de julio de 2021

Reseña de El amor es un perro que ruge desde los abismos de J. J. Maldonado

Título: El amor es un perro que ruge desde los abismos

Autor: J. J. Maldonado

Editorial: Planeta, bajo su sello editorial Emecé Cruz del sur

Año: 2021

Número de páginas: 238

Por Alvaro Alarco

J.J. Maldonado menciona en un spot publicitario que su primera novela "es un libro largo, pero que se lee bastante rápido. Su escritura es vertiginosa…Yo sé que les va a volar la cabeza, se los prometo". Y sí, definitivamente cumple su promesa.

En El amor es un perro que ruge desde los abismos, se nos presenta a Diosito, joven de 18 años que suele llevar puesto un chullo negro para todos lados, que monta en su BMX, escribe versos en billetes de 10 soles, consume animes, series televisivas y pornografía, y que al arrancar el libro nos enteramos de que acaba de quedar huérfano.

Editorial Factótum
"El barrio puede ser la prisión más cruel"
Fotografía: Alvaro Alarco

Al igual que la característica collera presente en Los inocentes de Reynoso, del grupo de amigos en el barrio de Magdalena que nos mostró Diego Trelles en Hudson el redentor, y especialmente, con el grupo de poetas que conformaban el realismo visceral en Los detectives salvajes de Bolaño, Diosito tiene a sus "bróders", su grupo de amigos conformado por Crook, Krosty, Matute, Muelas y Smiley, los "Big Boys". Este grupo de jóvenes suelen robar, drogarse, vivir el día a día, se reúnen en un parque a freestylear, también suben a los buses para ganarse unas monedas demostrando ese talento (yo los considero poetas de la calle).

Como mis bróders ya tenían una ruta trazada, solo me preocupé por improvisar lo mejor posible para ganarme las monedas. A esas alturas no era una novedad saber que Crook, aquel flacucho con trenzas y barba, era el más bueno de todos los Big Boys al momento de componer letras de canciones al vuelo. (p.71)

También se hace presente la contraparte de los Big Boys, una pandilla de jóvenes mujeres temerarias a las que ellos  denominan "Las Heathers", conformadas por Luchi, La Crazy, Kalú, las cuales siempre andaban a la moda, con ropa nueva y de marca, a pesar de vivir en condiciones de pobreza (en capítulos posteriores el lector descubrirá cómo es que consiguen tener dinero) y cuya líder Romana, era la enamorada de Diosito.

Las Heathers eran durísimas y arrebatadas. A veces hasta daban un poco de miedo. Su facha de adolescentes fresa resultaba engañosa y a las finales era solo eso: una fachada. Cuando se les metía la locura, no existía quien las pare. (p.23) 

El personaje de Romana fue uno de los que más me agradó, comenzando por lo que podría simbolizar y caracterizar su nombre, una temeraria "guerrera" del ejercito romano que vendría a ser el contexto donde se desarrolla y vive (un Callao dividido en bloques, donde te "marcan" cuando no perteneces a una zona, donde la delincuencia, las drogas, la prostitución, el sicariato y asesinatos son considerados algo normal.). Aquella líder de Las Heathers dominaba a Diosito, lo utilizaba obligándolo a realizar cosas desagradables en el ámbito sexual, como se menciona en el siguiente fragmento:

…igual me devoró regocijándose en mi mal olor y en todas las porquerías que me obligó a hacer, como oler sus flatulencias o sorber su orina. Ese tipo de cosas le encantaban y yo me sentía utilizado cuando me exigía hacerlas. Es más, ni siquiera le importaba que yo terminara si ella se había corrido primero. (p.28) 

Otro detalle importante es que Diosito es consciente que Romana se acuesta con otros hombres, pero a pesar de ello él solo tiene relaciones con ella y a veces suele masturbarse pensando en otras chicas y actrices pornográficas. Además, Romana le menciona su prueba de "amor", que él tenía el privilegio de hacerlo a pelo con ella (sin preservativo). Este tipo de relaciones suele darse en la actualidad; ese "derecho", ese "lujo", esa "elección" se evidencian más en la generación millenial, donde el amor está desvalorado y en segundo plano, donde es más fácil hacer match por aplicativos de citas para pasar un momento placentero y posteriormente ambos seguir con su existencia.

Diosito va a tener que madurar a la fuerza, ya que Romana le confesará que está embarazada. Tendrá que asumir las consecuencias de una irresponsabilidad mutua (los padres adolescentes es una problemática que se viene desarrollando en la actualidad y a pesar del contexto de la pandemia, se han seguido presentando estos casos.) Previamente Diosito había estudiado en un instituto animación 2D y será gracias a lo que pudo aprender que conseguirá un puesto que le permitirá poder costear el "embarazo" de Romana.

 

Reseña del cuento Tema del traidor y del héroe de Jorge Luis Borges

 

Por Rafael Aragón Landa

“Ficciones”, el libro que contiene este cuento, se publicó en 1944. El “Tema del traidor y del héroe” se indexa bajo Artificios.

Fotografía: Rafael Aragón

Apegado a la tradición Borgiana, el cuento es breve, de más o menos mil palabras. Sin embargo, la extensión se ve superada por la astucia de su argumento, cosa que no nos sorprende. Al leer los cuentos de Borges, la astucia de los argumentos fascina y sobresale. Igual que la prosa, minuciosa mas no alargada, sino profunda y primorosa.

El cuento entra en la categoría posmoderna. El narrador nos comparte el argumento del cuento que va a escribir (argumento influenciado por Chesterton y Leibniz -así lo confiesa-), voz principal que relacionamos inmediatamente al narrador Borges. Entonces, Borges cuenta su plan, diseccionando con pinzas el argumento de la historia, arrojándonos datos aquí y pistas allá.

El escenario podría ser muchos lugares. Por comodidad, Borges escoge Irlanda. El narrador de la historia se llamaría Ryan, bisnieto de Fergus Kilpatrick, personaje político que fue asesinado en un teatro. Ryan, al aproximarse el centésimo aniversario del crimen, se propone resolverlo.

Y así comienza una historia sobre arquetipos. Aparentemente.

Borges menciona que “Otras facetas del enigma inquietan a Ryan. Son de carácter cíclico: parecen repetir o combinar hechos de remotas regiones”. Por ejemplo: el día de su muerte, se le encontró a Fergus Kilpatrick, un sobre sellado con una carta que le advertía el riesgo de concurrir al teatro. Ryan hace una conexión, lejana pero innegable, con Julio César, que recibió un memorial, mismo que no leyó a tiempo. Otro hecho misterioso es el siguiente. La esposa del César, la noche en que moría César, vio en sueños “abatida una torre”. La víspera de la muerte de Kilpatrick se publicó una nota sobre el incendio de la torre circular de Kilgarvan ¿y eso qué? Kilpatrick nació en Kilgarvan. Las coincidencias comienzan a parecer evidencias y lo llevan a pensar que “antes de ser Fergus… Fergus… fue Julio César”.

Coincidencias que me recuerdan una historia estadounidense, respecto a dos presidentes, Lincoln y Kennedy. Ambos electos en la década del 60, con cien años de diferencia (1860-1960), asesinados con un tiro a la cabeza, un viernes en presencia de sus esposas, a uno en el teatro Ford y a otro a bordo de un Lincoln Ford, lo demás (es una lista extensa) son verdades a medias o mentiras bien elaboradas. Por cierto, Borges escribió el cuento dieciséis años antes de dichas “coincidencias” (se publica originalmente en la revista Sur, número 112, febrero de 1944). Pero el misterio apenas empieza.

Las investigaciones de Ryan arrojan un nombre, James Alexander Nolan, el más viejo amigo de Fergus. Nolan tradujo las obras de Shakespeare, entre ellas Julio Cesar. (Un dato curioso es que, antes de morir, Fergus Kilpatrick intercambió algunas palabras con un mendigo, mendigo que le dice una frase de Macbeth). También estudió la festpiele, celebración sueca en que aldeas enteras montan una especie de “teatro”, y nace la pregunta ¿habrá el mendigo formado parte de una festpiele? Mas temo adelantarme.

El tema del traidor y del héroe aparece cuando Fergus encomienda a Nolan descubrir a un espía encubierto. Tras recopilar pruebas irrefutables, Nolan expone al espía: el mismísimo Fergus Kilpatrick. ¿Será Nolan el héroe de la historia?

Fergus Kilpatrick es sentenciado a morir, mejor dicho, a ser asesinado por traidor. Pero no puede morir siendo traidor, porque eso provocaría el caos en Irlanda, pues lo idolatran. Nolan idea que Fergus Kilpatrick muera “a manos de un asesino desconocido, en circunstancias deliberadamente dramáticas, que se grabaran en la imaginación popular y que apresuraran la rebelión”. Fergus accede, acepta la ocasión para redimirse.

Pero “Nolan, urgido por el tiempo, no supo íntegramente inventar las circunstancias de la múltiple ejecución; tuvo que plagiar a otro dramaturgo, al enemigo inglés William Shakespeare. Repitió escenas de Macbeth y Julio César”.

En una “pública y secreta representación (que) comprendió varios días (…) Centenares de actores colaboraron con el protagonista; el rol de algunos fue complejo, el de otros, momentáneo”. “Hasta que el 6 de agosto de 1824, en un palco de funerarias cortinas que prefiguraba el de Lincoln (-¿puede esto ponerse más extraño?-) un balazo anhelado entró en el pecho del traidor”.

La historia acaba, como empieza, con un pasaje posmoderno. Ryan sospecha (que Nolan) intercaló pasajes de Shakespeare para que una persona, en el porvenir, diera con la verdad. Comprende que él también forma parte de la trama de Nolan…

A manera de posdata extiendo un poco la reseña. En la segunda página hay una frase que dice 

            “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible”.

Igual que Ryan, al hacer algunas comparaciones con la historia de Lincoln y Kennedy, y contrastando esa historia con este texto… ¿no siente usted una sospecha? ¿Acaso no pudo haber sido Kennedy un héroe y un traidor? ¿o Lincoln? ¿Por qué a Ryan y a Fergus los separan los mismos cien años que a Lincoln y a Kennedy? ¿Cuál es la verdad? O Borges adivina el futuro, o es verdad que la historia es un círculo, o acaso hay alguien plagiando obras dramatúrgicas para simular asesinatos políticos.

sábado, 3 de julio de 2021

Reseña del cuento Un cruzamiento de Franz Kafka

Por Rafael Aragón Landa

Franz Kafka no requiere una introducción. Seguramente la investigadora nata o el lector asiduo encontrará inacabables documentos que traten sobre la vida del escritor checo. Puedo decir que G.G.M se refería a La metamorfosis con respeto, casi devoción, o que una traducción anónima se le atribuye a Jorge Luis Borges. Hablar de esas cosas es desviarnos de lo que nos interesa, sépase, un cuento breve y póstumo titulado Un cruzamiento [1]. 

Si se ha escogido es por su brevedad, no extrema como en “una pequeña fábula”, y apenas más extensa que El nuevo abogado [2]. Pareciera que no hay mucho texto para trabajar, mismo que es bueno, así analizaremos párrafo por párrafo, y a veces, de ser necesario enunciado por enunciado. Pero antes, hablemos de la forma. Primera persona del singular.

Kafka suele recurrir al “yo”, o al menos recurre a ello en relatos de calidad elevada (“La madriguera”, “Investigaciones de un perro”)[3]. Lo hace de curiosas formas, por ejemplo, convirtiéndose en animal. Un punto que a mi parecer es clave, y retomaremos después. Basta con señalar que, esta vez el “yo” es humano.

Desde su inicio, el cuento se declara fantástico.

“Tengo un animal peculiar; es mitad gatito y mitad cordero. Es parte de mi herencia paterna”

Inmediatamente surge una pregunta, no por casualidad sino porque un gran escritor la hace surgir de adrede. ¿Qué forma tiene semejante bestia?

“La cabeza y las garras son de gato; el tamaño y la figura, de cordero”.

Imaginamos alguna esfinge, o una variante, una mantícora o parecida.

El cordero (en lo tradicional) ha de ser sacrificado por voluntad o gracia divina, pero el gato (en lo tradicional) es lo divino, y en este caso cohabitan.

Fiel a su doble naturaleza, “huye de los gatos y quiere atacar a los corderos”. Asesino por instinto, no deja de sentirse presa. “No puede maullar y las ratas le dan asco”. ¿Qué cosas habrá querido decir empleando el lenguaje de los gatos?, ¿si siente asco por las ratas como quiere atacar corderos? “Puede pasar horas al acecho, pero no ha aprovechado una oportunidad para matar. Querer dista mucho de hacer…. Entonces, el primer párrafo revela cosas interesantes. Es un buen párrafo.

Buscando preservar la buena costumbre de la brevedad, segundo tercer y cuarto párrafo serán analizados en conjunto. La división no es arbitraria, en ellos se cuenta una pequeña historia. Sobre el animal y sus interacciones con los niños del pueblo.

Gracias al narrador sabemos que “el domingo por la mañana es la hora de visita”, y que el narrador “pone al animal en su regazo, y los niños se forman a su alrededor”. 

Entonces se formulan las preguntas más sorprendentes (…) ¿Por qué hay un animal de este tipo? … ¿Qué ocurrirá después de su muerte? … ¿Se siente solo?” (Parafraseando a Vargas Llosa[4], lo cuantitativo, al acumularse, va produciendo poco a poco un cambio cualitativo, en un momento dado sucederá “la muda”, y veremos al animal como un símbolo o representante de otra cosa). “Los niños incluso llevaron gatos … una vez dos corderos” mas nunca llevaron un gato cordero, y “no se produjo ninguna escena de reconocimiento”.

Quinto, sexto y séptimo párrafo narran otra pequeña historia. Sobre lo doméstico y la rutina entre ambos personajes. El narrador afirma lo siguiente: “en mi regazo, el animal no siente miedo ni deseos de perseguir a otros seres. Junto a mí es donde mejor se siente. Está apegado a la familia que lo ha criado”. Me atrevo a formular una hipótesis. ¿El narrador no será el propio padre de Kafka? Si Kafka se ha vuelto bicho con anterioridad, ¿qué no puede ser, desde la tercera persona un gato mitad cordero?[5]  

Fotografía: Rafael Aragón

Viéndolo así (suponiendo que el narrador es el padre de Kafka), el cuento adquiere un tinte levemente distinto, un tono depresivo, ciertamente inscrito en el estilo Kafka.

El narrador añade “A veces no me queda más remedio que reír cuando me olisquea… No contento con ser gato y cordero, se empeña también en ser perro… Quería abandonarlo todo… No había admirado mucho de mi padre pero esa parte de la herencia era digna de mostrarse” ¡Ajá! Kafka era, para su padre, su abuelo. Como se dice en los primeros capítulos del Ulysses, de Joyce, “queda demostrado por medio del algebra que el espectro de Hamlet es el abuelo de Shakespeare”.

 “Para agradarlo, hago como si hubiera entendido algo con un gesto de asentimiento. Quizá el cuchillo de carnicero fuera la salvación para este animal, pero he de negárselo. Deberé esperar a que su aliento se extinga por sí mismo”.   

No tengo más que agregar.



[1] Trascribo una nota al pie, del libro que cito en la siguiente cita. “El texto fue encontrado manuscrito y sin título, fue elaborado a finales de abril de 1917, y su primera publicación, póstuma, data de 1931, en el séptimo cuaderno del número 13 de la revista Literarischer Welt (…) La interpretación más general es el conflicto entre la tradición familiar y la autorrealización. (…) La duda del narrador es: ¿debe tener piedad del animalito (…) o debe ser entregado este al cuchillo de carnicero para así obtener la liberación (esa liberación en Kafka consiste en su afirmación como escritor”.

[2] Franz Kakfa. La metamorfosis y otros relatos de animales”. 2017, Editorial Planeta mexicana, S.A de C.V.

[3] Ibid.

[4] Lo menciona en numerosas obras. Cartas a un joven novelista, Historia de un deicidio, en el prólogo de El hablador, etc.

[5] Si bien no varia mucho respecto a lo mencionado en la primera nota al pie (“la interpretación más general es el conflicto entre la tradición familiar y la autorrealización”). Aquí diferimos en algo. El animal no es “parte del ser del propio autor, a la que ha de renunciar (matar) para llegar a ser él mismo”. El propio autor es el animal. Está siendo contado por su propio padre.

viernes, 18 de junio de 2021

Reseña literaria del cuento “Luvina” de Juan Rulfo

 Por Rafael Aragón Landa

Juan Rulfo (1917 / 1986) nos arranca la cara que tenemos y borra nuestro nombre (en este cuento), para ponernos en piel de un “señor”, y hacernos saber que iremos a un lugar llamado San Juan Luvina. Nunca oímos hablar de ese lugar, pero un tal “profesor” sí. De entrada, el formato del cuento se asemeja a una tradición oral, y tiene lugar en una suerte de cantina. Cuna de la oralidad.

El profesor, en medio de una agradable borrachera, nos pone al corriente con respecto a Luvina.

Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal (…) los días son tan fríos como las noches (…) el rocío se cuaja en el cielo antes de que llegue a caer sobre la tierra.[1]  

Ya mirará usted ese viento. (…) Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. (…) Luego rasca como si tuviera uñas, uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora… [2]

Las descripciones en Rulfo, tan precisas, violentas, naturales y hermosas, no pueden pasar desapercibidas.

El profesor vivió en Luvina, allá dejó la vida. Sus primeros momentos fueron medio demonios. Llegó ahí con su familia gracias a un arriero.  

El arriero los aventó en una plaza desierta (a Agripina, o sea su esposa, y a sus tres hijos, además de el profesor) y se volvió por donde vino, pero podemos suponer que se fue por más personas, para hacérselas de Caronte, trasportándolos en su carreta.

Cuando él pregunta a su esposa, Agripina, en qué país están, ella no sabe nada, eleva los hombros. Por no saber, pues que la mandan a buscar comida y refugio. Leve retrato de un machismo cultural.

El profesor la encuentra en una iglesia destruida, sin santos o figuras para rezarles, con menos techo que agujeros sobre sus cabezas. Pero ella reza. Ya le dijeron que no hay nada para comer. No hay fondas, no hay comida. Se lo dijeron las mujeres que los miran desde las rendijas. ¿Por qué no volviste?, pregunta el profesor, y ella repite, que entró a rezar, que aún no termina. ¿Qué país es este, Agripina?, y ella volvió a alzarse de hombros.

Aquí, un punto importante para comprender el cuento. O al menos una pista, ¿por qué pregunta en qué país están?

Duermen en la iglesia. El viento se mete y los asusta. Los niños tienen miedo, los niños lloran de miedo. Agripina los abraza. El profesor no sabe qué hacer. Están sumidos en la desesperación, y sufren golpetazos de intemperie y de precariedad, sin ni siquiera saber en qué país están. El cuento parece errático, un sueño: una pesadilla. Mas noche, las mujeres van todas por agua. Van con sus cantaros oscuros. Y solo viven mujeres en ese pueblo, aparentemente. Empiezan a surgir preguntas: ¿Existe Luvina? ¿Es un pueblo fantasma? ¿Es un infierno?

Trascribo algunos fragmentos que me parecen sumamente literarios. Además de que ofrecen más datos que permiten descifrar este enigma Rulfiano.

“…es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas, ni a nadie le preocupa como van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza”.[3]   Hasta aquí podemos estar hablando de cualquier parte del mundo. No es muy específico, ni nos arroja datos secretos (eso creo). Pero si es muy hermoso, además que terrenal. Tal vez Luvina existe. 

“Estar sentando en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo se queda quieto, sin tiempo, como si se viviera siempre en la eternidad. Eso hacen allí los viejos”. [4] Sobra explicarlo. Parece que en Luvina vive gente vieja. Pareciera que se pudren ahí sin esperanzas. No deja de parecer algún rincón de la tierra, pero parece más bien un rincón azotado por la pobreza.

Dejan el costal del bastimento para los viejos y plantan otro hijo en el vientre de sus mujeres, y ya nadie vuelve a saber de ellos si no al año siguiente, y a veces nunca… Es la costumbre. Allí le dicen la ley, pero es lo mismo”. [5] Al principio yo no entendí este fragmento.  Tuve que comentar el cuento con mi mamá, y lo que ella me dijo me paralizó igual o más que el cuento en sí mismo. Me dijo que existen pueblos donde solo habitan mujeres y viejos, porque los jóvenes se fueron para estados unidos, y solo vienen una vez al año, para la época de navidad. De pronto todo cobró sentido. Y me dio mucho miedo, mucha tristeza. Sentí el genio de Rulfo pataleándome el estómago, pero tuve que enterarme primero de la tradición oral, ciertamente desconocida para mí, un ermitaño de computadora.

“Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quien sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley…

“…los viejos aguardan por ellos y por el día de la muerte, sentados en sus puertas, con los brazos caídos, movidos solo por esa gracia que es la gratitud del hijo. Solos, en aquella soledad de Luvina”.[6]

Como todo buen cuento, creo, nos deja más preguntas que respuestas. Aunque pudiera ser un pueblo terrenal, en verdad es que no parece un lugar natural, sino todo lo contario. Tampoco entendemos por qué alguien viajaría a Luvina con sus hijos y su esposa. Solo sabemos que el arriero los avienta ahí. Hay un fondo existencialista. Y hay mucho sufrimiento. Luvina, entonces, es tan real como fantasmagórica. Ahí coexisten lo real y lo fantástico.

Ahí se oye un silencio que acaba con todas las soledades, y que acabará con nosotros porque nos dirigimos a San Juan Luvina. Gran antecedente del Comala donde vive Pedro Páramo.




[1] Juan Rulfo. “Luvina” de “El llano en llamas” pág. 99, editorial RM & fundación Juan Rulfo.

[2] Pág. 100

[3] Juan Rulfo. “Luvina” de “El llano en llamas” pág. 106, editorial RM & fundación Juan Rulfo.

[4] Pág. 107.

[5] Ibid.

[6] Ibid. 


lunes, 31 de mayo de 2021

Reseña literaria del cuento “Axolotl" de Julio Cortázar.

Por Rafael Aragón Landa.

Editorial Factótum ©


Terminamos de leer Axolotl (1956) y pasamos largo tiempo pensando en él. Lo releímos algunas veces y se nos pasaron horas contemplando el misterio, cayendo en las trampas[1] Cortazarianas. Ahora somos ese cuento. 

Cortázar es la C del ABC argentino. Ni más ni menos importante que Arlt o Borges, y en este cuento, como veremos más adelante, encontramos intertextualidad con uno de los cuentos más célebres del maestro Borges, el Aleph. Sería imposible que no la hubiera, pues el Aleph es un punto del universo donde todo se observa, y hay un párrafo famoso donde se condensa la emoción del relato:

“…vi el Aleph desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural” [2] (Me encargué de subrayar la frase que conecta ambos textos. Nos servirá más adelante, quedémonos con ella).

Cortázar conocía bien la lengua. La conocía tan bien que a cada rato la rompía, y nosotros fuimos los afectados porque nos rompió el cerebro muchas veces con relatos maravillosos, y vueltas de tuerca en donde menos las hubiéramos imaginado. Sea el axolotl muestra de ello.

Los tiempos verbales, que se han de respetar en un cuento (si empiezo el cuento en pasado, lo debo seguir contando en pasado, etc.) (a menos que sepamos subordinar a la perfección), parecieran ser un problema para Cortázar, una especie de obstáculo a vencer. Y vaya que los vencía. También la tradicional forma de un único narrador, tratándose de cuento (ya que novela puede tener “mudas”), es como si le estorbara para cumplir sus objetivos.

Léase por ejemplo “señorita Cora (t.l.f.e.f 1966)”, un cuento donde la polifonía y la ambigüedad lingüística cohabitan y se potencian una a otra. En axolotl sucede algo similar.

Axolotl ambula entre el pasado y el presente.

El tiempo pasado lo cuenta un hombre (entendemos que iba mucho al zoológico, y por un motivo u otro acabo en el acuario) que encuentra a los axolotls, y se obsesiona con ellos. Los admira diariamente y los comienza a describir. El tiempo presente lo cuenta un axolotl. “Ahora soy un axolotl”.

El hombre describe el cuerpo del axolotl, a media oración se aprecia una muda “terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo”. De repente dice, “yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho (…), apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro.” Aquí se vuelve a apreciar una muda de narrativa. Como nos damos cuenta suceden en el mismo párrafo, a veces en la misma oración. O en un brinco de párrafo, como en este ejemplo, “el tiempo se siente menos si nos estamos quietos. (salto de párrafo) Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado.”

Cortázar compartía con los axolotls esa “otra manera de mirar”. Además de ser técnicamente complejo, el cuento va adquiriendo profundidad literaria y un tono fantástico, aterrador.

 Los imaginé conscientemente, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada”. Hemos de preguntar, ¿quién imaginó a quién? ¿el hombre al axolotl o el axolotl al hombre? “Y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro” Si bien el axolotl tiene manos, y se mencionan en el cuento, hay pasajes que pueden aplicarse en ambas direcciones sin perder sentido ni potencia, y eso es complicado de lograr.

El décimo párrafo es el punto intertextual con el Aleph. Me interesan, más que nada, las tres últimas líneas, que trascribo así usted las compara con la cita de la primera página.

Veía de muy cerca la cara de un axolotl (…) Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera (…) la vi del otro lado (…) Mi cara se apartó y yo comprendí.” 

Y lo entendemos. En el cuento de Borges, el protagonista alcanza a ver por un segundo la trasmutación que dio lugar al cambio de cuerpos entre hombre y axolotl. Tuvo vértigo y lloró. Nosotros tampoco nos dimos cuenta en qué momento las identidades se vieron intercambiadas. De repente nos enteramos, eso sí.

Afuera, mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible.”

La conciencia del axolotl y del hombre quedaron intercambiadas. El narrador quedó enterrado vivo en un cuerpo de axolotl. Lo rodeaban otros axolotls y uno lo miraba, y ambos supieron que eran hombres sin forma de comunicarse. O eran axolotls que pensaban como hombres, porque todo axolotl piensa como un hombre.

El axolotl narra el último párrafo.

Es un relato metafísico de dos consciencias que, quizá, se conocieron en ese caldo primigenio donde se cocinaba la vida.

El hombre supo que de axolotl tenía algo. Por eso lo miraba, para volver de cierto a modo a él. Pero los cuerpos cambiaron. Y el hombre-antes-axolotl dejó de ir al acuario. Y el axolotl-antes-hombre se quedó flotando, inmóvil en el acuario.

El último golpe es uno posmoderno. Dice que el hombre “creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl”. De esa forma, Cortázar logra una imagen fantástica, de un axolotl que escapa del acuario y escribe un cuento, que nosotros leemos. Un final cinematográfico si se quiere. Un cuento que te deja atónito, si se quiere.





[1] Así lo menciona Mario Vargas Llosa en el prólogo de “Cuentos completos. Cortázar”.

[2] Borges. El Aleph, 1949. Borges esencial, RAE.