Por Rafael Aragón Landa.
Terminamos de leer Axolotl (1956) y pasamos largo tiempo pensando en él. Lo releímos algunas veces y se nos pasaron horas contemplando el misterio, cayendo en las trampas[1] Cortazarianas. Ahora somos ese cuento.
Cortázar es la C del ABC argentino. Ni más ni menos importante que Arlt o Borges, y en este cuento, como veremos más adelante, encontramos intertextualidad con uno de los cuentos más célebres del maestro Borges, el Aleph. Sería imposible que no la hubiera, pues el Aleph es un punto del universo donde todo se observa, y hay un párrafo famoso donde se condensa la emoción del relato:
“…vi el Aleph desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural” [2] (Me encargué de subrayar la frase que conecta ambos textos. Nos servirá más adelante, quedémonos con ella).
Cortázar conocía bien la lengua. La conocía tan bien que a cada rato la rompía, y nosotros fuimos los afectados porque nos rompió el cerebro muchas veces con relatos maravillosos, y vueltas de tuerca en donde menos las hubiéramos imaginado. Sea el axolotl muestra de ello.
Los tiempos verbales, que se han de respetar en un cuento (si empiezo el cuento en pasado, lo debo seguir contando en pasado, etc.) (a menos que sepamos subordinar a la perfección), parecieran ser un problema para Cortázar, una especie de obstáculo a vencer. Y vaya que los vencía. También la tradicional forma de un único narrador, tratándose de cuento (ya que novela puede tener “mudas”), es como si le estorbara para cumplir sus objetivos.
Léase por ejemplo “señorita Cora (t.l.f.e.f 1966)”, un cuento donde la polifonía y la ambigüedad lingüística cohabitan y se potencian una a otra. En axolotl sucede algo similar.
Axolotl ambula entre el pasado y el presente.
El tiempo pasado lo cuenta un hombre
(entendemos que iba mucho al zoológico, y por un motivo u otro acabo en el
acuario) que encuentra a los axolotls, y se obsesiona con ellos. Los admira
diariamente y los comienza a describir. El tiempo presente lo cuenta un axolotl.
“Ahora soy un axolotl”.
El hombre describe el cuerpo del axolotl, a media oración se aprecia una muda “terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo”. De repente dice, “yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho (…), apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro.” Aquí se vuelve a apreciar una muda de narrativa. Como nos damos cuenta suceden en el mismo párrafo, a veces en la misma oración. O en un brinco de párrafo, como en este ejemplo, “el tiempo se siente menos si nos estamos quietos. (salto de párrafo) Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado.”
Cortázar compartía con los axolotls esa “otra manera de mirar”. Además de ser técnicamente complejo, el cuento va adquiriendo profundidad literaria y un tono fantástico, aterrador.
El décimo párrafo es el punto intertextual con el Aleph. Me interesan, más que nada, las tres últimas líneas, que trascribo así usted las compara con la cita de la primera página.
“Veía de muy cerca la cara de un axolotl (…) Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera (…) la vi del otro lado (…) Mi cara se apartó y yo comprendí.”
Y lo entendemos. En el cuento de
Borges, el protagonista alcanza a ver por un segundo la trasmutación que dio
lugar al cambio de cuerpos entre hombre y axolotl. Tuvo vértigo y lloró.
Nosotros tampoco nos dimos cuenta en qué momento las identidades se vieron
intercambiadas. De repente nos enteramos, eso sí.
“Afuera, mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible.”
La conciencia del axolotl y del
hombre quedaron intercambiadas. El narrador quedó enterrado vivo en un
cuerpo de axolotl. Lo rodeaban otros axolotls y uno lo miraba, y ambos
supieron que eran hombres sin forma de comunicarse. O eran axolotls que
pensaban como hombres, porque todo axolotl piensa como un hombre.
El axolotl narra el último párrafo.
Es un relato metafísico de dos consciencias que, quizá, se conocieron en ese caldo primigenio donde se cocinaba la vida.
El hombre supo que de axolotl tenía algo. Por eso lo miraba, para volver de cierto a modo a él. Pero los cuerpos cambiaron. Y el hombre-antes-axolotl dejó de ir al acuario. Y el axolotl-antes-hombre se quedó flotando, inmóvil en el acuario.
El último golpe es uno posmoderno.
Dice que el hombre “creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto
sobre los axolotl”. De esa forma, Cortázar logra una imagen fantástica, de
un axolotl que escapa del acuario y escribe un cuento, que nosotros leemos. Un
final cinematográfico si se quiere. Un cuento que te deja atónito, si se
quiere.
[1] Así lo menciona Mario Vargas Llosa en el prólogo de “Cuentos
completos. Cortázar”.
[2] Borges. El Aleph, 1949. Borges esencial, RAE.
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