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viernes, 18 de junio de 2021

Reseña literaria del cuento “Luvina” de Juan Rulfo

 Por Rafael Aragón Landa

Juan Rulfo (1917 / 1986) nos arranca la cara que tenemos y borra nuestro nombre (en este cuento), para ponernos en piel de un “señor”, y hacernos saber que iremos a un lugar llamado San Juan Luvina. Nunca oímos hablar de ese lugar, pero un tal “profesor” sí. De entrada, el formato del cuento se asemeja a una tradición oral, y tiene lugar en una suerte de cantina. Cuna de la oralidad.

El profesor, en medio de una agradable borrachera, nos pone al corriente con respecto a Luvina.

Está plagado de esa piedra gris con la que hacen la cal (…) los días son tan fríos como las noches (…) el rocío se cuaja en el cielo antes de que llegue a caer sobre la tierra.[1]  

Ya mirará usted ese viento. (…) Se planta en Luvina prendiéndose de las cosas como si las mordiera. (…) Luego rasca como si tuviera uñas, uno lo oye a mañana y tarde, hora tras hora… [2]

Las descripciones en Rulfo, tan precisas, violentas, naturales y hermosas, no pueden pasar desapercibidas.

El profesor vivió en Luvina, allá dejó la vida. Sus primeros momentos fueron medio demonios. Llegó ahí con su familia gracias a un arriero.  

El arriero los aventó en una plaza desierta (a Agripina, o sea su esposa, y a sus tres hijos, además de el profesor) y se volvió por donde vino, pero podemos suponer que se fue por más personas, para hacérselas de Caronte, trasportándolos en su carreta.

Cuando él pregunta a su esposa, Agripina, en qué país están, ella no sabe nada, eleva los hombros. Por no saber, pues que la mandan a buscar comida y refugio. Leve retrato de un machismo cultural.

El profesor la encuentra en una iglesia destruida, sin santos o figuras para rezarles, con menos techo que agujeros sobre sus cabezas. Pero ella reza. Ya le dijeron que no hay nada para comer. No hay fondas, no hay comida. Se lo dijeron las mujeres que los miran desde las rendijas. ¿Por qué no volviste?, pregunta el profesor, y ella repite, que entró a rezar, que aún no termina. ¿Qué país es este, Agripina?, y ella volvió a alzarse de hombros.

Aquí, un punto importante para comprender el cuento. O al menos una pista, ¿por qué pregunta en qué país están?

Duermen en la iglesia. El viento se mete y los asusta. Los niños tienen miedo, los niños lloran de miedo. Agripina los abraza. El profesor no sabe qué hacer. Están sumidos en la desesperación, y sufren golpetazos de intemperie y de precariedad, sin ni siquiera saber en qué país están. El cuento parece errático, un sueño: una pesadilla. Mas noche, las mujeres van todas por agua. Van con sus cantaros oscuros. Y solo viven mujeres en ese pueblo, aparentemente. Empiezan a surgir preguntas: ¿Existe Luvina? ¿Es un pueblo fantasma? ¿Es un infierno?

Trascribo algunos fragmentos que me parecen sumamente literarios. Además de que ofrecen más datos que permiten descifrar este enigma Rulfiano.

“…es que allá el tiempo es muy largo. Nadie lleva la cuenta de las horas, ni a nadie le preocupa como van amontonándose los años. Los días comienzan y se acaban. Luego viene la noche. Solamente el día y la noche hasta el día de la muerte, que para ellos es una esperanza”.[3]   Hasta aquí podemos estar hablando de cualquier parte del mundo. No es muy específico, ni nos arroja datos secretos (eso creo). Pero si es muy hermoso, además que terrenal. Tal vez Luvina existe. 

“Estar sentando en el umbral de la puerta, mirando la salida y la puesta del sol, subiendo y bajando la cabeza, hasta que acaban aflojándose los resortes y entonces todo se queda quieto, sin tiempo, como si se viviera siempre en la eternidad. Eso hacen allí los viejos”. [4] Sobra explicarlo. Parece que en Luvina vive gente vieja. Pareciera que se pudren ahí sin esperanzas. No deja de parecer algún rincón de la tierra, pero parece más bien un rincón azotado por la pobreza.

Dejan el costal del bastimento para los viejos y plantan otro hijo en el vientre de sus mujeres, y ya nadie vuelve a saber de ellos si no al año siguiente, y a veces nunca… Es la costumbre. Allí le dicen la ley, pero es lo mismo”. [5] Al principio yo no entendí este fragmento.  Tuve que comentar el cuento con mi mamá, y lo que ella me dijo me paralizó igual o más que el cuento en sí mismo. Me dijo que existen pueblos donde solo habitan mujeres y viejos, porque los jóvenes se fueron para estados unidos, y solo vienen una vez al año, para la época de navidad. De pronto todo cobró sentido. Y me dio mucho miedo, mucha tristeza. Sentí el genio de Rulfo pataleándome el estómago, pero tuve que enterarme primero de la tradición oral, ciertamente desconocida para mí, un ermitaño de computadora.

“Los hijos se pasan la vida trabajando para los padres como ellos trabajaron para los suyos y como quien sabe cuántos atrás de ellos cumplieron con su ley…

“…los viejos aguardan por ellos y por el día de la muerte, sentados en sus puertas, con los brazos caídos, movidos solo por esa gracia que es la gratitud del hijo. Solos, en aquella soledad de Luvina”.[6]

Como todo buen cuento, creo, nos deja más preguntas que respuestas. Aunque pudiera ser un pueblo terrenal, en verdad es que no parece un lugar natural, sino todo lo contario. Tampoco entendemos por qué alguien viajaría a Luvina con sus hijos y su esposa. Solo sabemos que el arriero los avienta ahí. Hay un fondo existencialista. Y hay mucho sufrimiento. Luvina, entonces, es tan real como fantasmagórica. Ahí coexisten lo real y lo fantástico.

Ahí se oye un silencio que acaba con todas las soledades, y que acabará con nosotros porque nos dirigimos a San Juan Luvina. Gran antecedente del Comala donde vive Pedro Páramo.




[1] Juan Rulfo. “Luvina” de “El llano en llamas” pág. 99, editorial RM & fundación Juan Rulfo.

[2] Pág. 100

[3] Juan Rulfo. “Luvina” de “El llano en llamas” pág. 106, editorial RM & fundación Juan Rulfo.

[4] Pág. 107.

[5] Ibid.

[6] Ibid.